El regalo perfecto
“El que regala habla de sí mismo en su regalo,
está el sello personal cuando uno elige algo,
porque está descartando todo lo demás”
Esta época del año me trae sentimientos ambivalentes en direcciones completamente opuestas. Por un lado, los aspectos positivos. Siempre me ha encantado el espíritu festivo que lentamente se deja respirar en el ambiente y del que quieran o no, la mayor parte de las personas se deja impregnar. Quizá es la proximidad de un anhelado período de descanso, tal vez la expectativa de reunirse con los seres queridos, quizá el sinfín de reuniones que se gestan con pretextos difíciles de definir y en mi caso, dos aspectos que disfruto mucho.
Primero, aquellos sabores únicos que sólo se gozan al término de cada año: los romeritos, el bacalao a la vizcaína, el pavo relleno, los turrones importados y por supuesto… el tejocote en dulce. Si tuviera que elegir un aroma y sabor para definir las fiestas de invierno elegiría, sin duda alguna: la textura carnosa con esa acidez del tejocote, atenuada por el dulce almíbar con ese fondo de canela y anís, sello de la receta familiar cuya preparación espero ansiosamente cada año. Escribo estas líneas y empiezo a salivar de sólo imaginarme ese postre decembrino.
Otro motivo de satisfacción inducido por la época son los obsequios. Ese placer que tiene origen, en la capacidad de sorprender y ser sorprendidos. Gratamente en los mejores casos, aunque no hay camino libre de tropiezos, y si bien recuerdo con satisfacción algunos detalles deliciosos, el tiempo ha teñido de humor aquellos obsequios cedidos con poco tino y aquellos que hubiera preferido no recibir y que ahora son simpáticas anécdotas en los archivos de la memoria.
Sin embargo, los sentimientos negativos que despierta la época, son igualmente digamos… intensos. Largas filas para llegar o salir de casi cualquier lugar, las tiendas saturadas de apresurados clientes, empleados que añoran el otoño con sus aparadores vacíos y en un apartado muy especial: el tráfico. Ese tráfico vehicular que inunda la ciudad y que reduce nuestra velocidad a la magnífica cifra cercana a los cero kilómetros por hora.
No obstante la contrariedad que significa el tráfico, si algo positivo se puede sacar de esta tediosa situación es que me da la oportunidad de reflexionar en uno que otro tópico, como por ejemplo, qué obsequios haré durante la temporada.
Y es que el tema de los obsequios siempre me resulta como una especie de juego o reto. La meta es encontrar el detalle que tenga ese efecto positivo y perdurable en el obsequiado: que se considere halagado y al mismo tiempo tenga esa reacción: ¡oh!, ¡esto es perfecto para mí! Y claro como efecto colateral positivo, uno se convierta en un fugaz pero feliz pensamiento en la mente del obsequiado… “para los fines legales que más convengan al interesado” como rezan los formatos correspondientes.
Y tratándose de mi caso, es el vino o accesorios para vinos, los obsequios más comunes que deposito en manos de mis amigos. Entre muchas razones, la principal es que he encontrado en el vino un producto con sobrada variedad y diversidad que podría acomodar a casi cualquier gusto. Y digo casi, porque siempre hay en la lista de amigos, el irredimible fanático del mezcal, tequila, whiskey, o la cerveza que a pesar de los años, no he logrado hacer cambiar de opinión.
Cuando se piensa en un vino como obsequio, es casi como si pensara en un álbum de música a regalar. No es lo mismo la música adecuada para la gente mayor o para los jóvenes y siempre habría que pensar en los gustos del destinatario… y también cómo pensamos que va a consumir el producto, o sea, en qué circunstancia.
Ya que cuando hablamos de vino, dejando un poco de lado el no menos importante aspecto del presupuesto, podemos hablar de muy diferentes estilos, desde los frescos y aromáticos blancos cuya acidez hacen la delicia de una tarde soleada, hasta los solemnes tintos. Aquellos vinos de abolengo que van entregando sus aromas como capítulos de una interesante novela… que funciona siempre y cuando el bebedor tenga la paciencia suficiente.
Es muy difícil plantear, casi imposible diría yo, un juego de reglas infalibles al respecto. Pero estoy convencido que para esta situación: “la observación”, es la principal y más útil herramienta.
Observe con detenimiento el objeto de estudio: ¿qué vinos ha mencionado que ha disfrutado en el pasado? ¿han sido éstos, del viejo o nuevo mundo?, ¿de alguna región en específico? ¿Rioja tal vez, California o Burdeos?, ¿ha mencionado un varietal que despierte su fascinación?, ¿es de esos amigos que ama el vino mexicano por sobre todo?, o bien ¿es un enófilo consumado que sabe que Crljenak Kaštelanski* no se refiere a un general del imperio austrohúngaro?
Un poco de observación y una lista de opciones viables surgen en la mente.
Los vinos de la Ribera del Duero con un estilo que se inclina a los aromas frutales generalmente son del agrado de aquellos que vienen iniciando en el fascinante mundo del vino. En este punto habrá que tener cuidado, no digo que todos los riberas sean así y tampoco que su primera opción sea un Vega-Sicilia Único, en cuyo caso me gustaría (inmediatamente) incluirme en su lista de amigos. Un poco de experimentación a primera mano es lo más recomendable, es decir, juzgue por usted mismo el tipo de vino que es. Tómelo como una especie de trabajo de investigación y luego decida si es apropiado o no. Los vinos de ésta región etiquetados como joven o crianza suelen ser los más adecuados para la misión, ya que su estadía en barricas se ha limitado considerablemente. Desde cero paso por barrica, a menos de un año para el caso de los jóvenes y con un máximo de doce meses para el caso de los crianza, eso se traduce en aromas frescos y fáciles de apreciar.
Para su amigo que se declara fanático de un varietal, quizá le agrade el detalle de un vino de su varietal preferido pero de un país en dónde no es la uva insignia. Por ejemplo si es un declarado amante de la Shiraz, seguramente apreciará un vino de esta uva pero de Sudamérica, ¿qué opinará de un Shiraz del Valle de Apalta en Chile? Si es fanático del Riesling, ¿qué tal un dry Riesling de Columbia Valley del estado de Washington?, o tal vez ¿un Malbec… pero de Parras Coahuila, México?
Ahora que si hablamos de los amantes del vino mexicano, quizá llame la atención los vinos cuyos productores han alcanzado excelentes resultados con un varietal específico en el terruño nacional, como por ejemplo la Sauvignon Blanc, Barbera, Nebbiolo, Shiraz, Tempranillo o Cabernet Sauvignon. Muchos productores cuentan con privilegiadas parcelas en las que generalmente un suelo, clima, buenas técnicas de vinificación y cierta dosis de suerte les han permitido alcanzar la excelencia trabajando ciertos varietales.
Para los amigos que son enófilos consumados, siempre están buscando cosas diferentes y en este caso es oportuno elegir vinos de regiones poco comunes. Quizá un vino basado en la uva Refosk de Eslovenia, o bien explorar regiones como Rueda, Terra Alta o Montsant en España. Ahora bien, se puede pensar en un vino blanco de Alsacia o en alguno de aquellos magníficos Chablis o Chassagne-Montrachet de la región de la Borgoña, cuyas características y sofisticada elegancia aromática será sin duda una experiencia muy apreciada por el conocedor, quién sabe que los vinos tintos son deliciosos… pero que los vinos blancos, a su manera pueden ser simplemente celestiales.
Dicen que el mejor maridaje para el vino es una excelente compañía… y estoy de acuerdo, pero yo añadiría también la moderación. Recuerde que estas épocas de celebración no hay mejor regalo que la oportunidad de compartir momentos felices y memorables con sus seres queridos. Yo por lo pronto tomaré fuerzas para zambullirme en un río de autos para conseguir un delicioso Chardonnay con paso por barrica de la región de Parras Coahuila. Esfuerzo que será justamente recompensado cuando armonice ese aromático chardonnay con un exquisto tazoncito de tejocotes en dulce. ¡No puedo esperar!
¡Salud!
Dr. Salsa
Sígueme en twitter: @drsalsamx
* La Crljenak Kaštelanski, literalmente: “uva tinta de Kaštela” fue una especie descubierta y analizada por los investigadores croatas Pejic y Maletic en colaboración con Carole Meredith de la Universidad de California en Davis en la isla de Kaštela, Croacia. Demostraron a través de análisis de DNA que es la madre de la uva Zinfandel, aquella variedad llevada a principios del S. XIX a Estados Unidos en dónde floreció con mucho éxito y se ha convertido en un estilo de vino reconocido en el mundo entero.
Artículo originalmente publicado para "Sabores de México"
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